¿Cuánto Tiempo Más Seguirá Llorando?

Cuando mi primera hija tuvo que lidiar durante mucho tiempo una dura batalla contra los cólicos, el pediatra se transformó en mi principal aliado y en mi compañero de sufrimiento.

Él tomó en cuenta este problema y la trató con mucho cariño - durante la primera etapa - la mayor parte del problema fue mi baja tolerancia al llanto.

Debido a que el buen doctor vivía en nuestro vecindario, nunca se negó a realizar visitas caseras con tal de ayudarme a sobrellevar dicha experiencia y a lidiar con el llanto de mi hijo.

David, nuestro doctor, me dijo que no me asustara y que pusiera al bebé en la cuna. Ella estaba alimentada, cambiada, y muy cansada. Todas sus necesidades habían sido satisfechas, excepto el tema del sueño. Era así de simple.

¡Deje que el bebé llore!

Recosté a la bebé en la cunita, y por primera vez me sentí gratificada, ya que ella comenzó a chillar. ¡Finalmente, David se daría cuenta de lo que significaba un llanto interminable!.

Miré a David, mi rostro tomó un aire de autosuficiencia y de autosatisfacción. David se quedó inmóvil. "Dejemos que siga llorando por 15 minutos; luego traté de calmarla y comencé el proceso una y otra vez hasta que pude lograr mi objetivo".

El llanto fue desapareciendo. David sugirió que me sentara. Él se sentó también, y me sugirió que le preparara una taza de té y que hiciera otra para mí; aprovechando que estaba hirviendo agua en ese preciso momento. Lo miré como si estuviera loco. "¡Pero si la niña está gritando!", protesté.

"Uh huh," dijo David sin ningún rastro de pánico. "¿Cuánto tiempo crees que seguirá llorando?".

"Al menos 5 minutos", afirmé en tono de reproche.

David miró su reloj. "Nop. Sólo 2 minutos".

Cada vez que pasaban dos minutos yo le preguntaba, "¿Puedo ir a verla ahora?".

Cada vez, él me preguntaba cuánto tiempo pensaba que la bebé había estado llorando. A cada rato, mis respuestas eran desmesuradas, es por ello que comencé a sentirme ridícula.

Finalmente, David me dejó ir a ver a la bebé, y pude acariciarle la espaldita. Luego, repetimos una vez más el ejercicio. Ese día pude aprender la lección, y me sirvió a medida que fueron pasando mis años de maternidad, no sólo para aplicar sus consejos en esta pequeña niña, sino para los otros once niños que nacieron después de ella.

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