Pánico a las Enfermedades

Descubra lo que implica ser la mamá de 12 niños, leyendo los sabios consejos sobre crianza de niños brindados por nuestra "Súper Mamá" residente.

Supongo que hay muchas mamás que se toman las enfermedades de sus hijos con calma, pero no es el caso de esta mamá. Incluso la enfermedad o dolencia más breve instaura un ciclo de temores y de malestares en mi mente y en mi corazón.

Simplemente no encuentro la manera de calmarme, ni siquiera cuando alguno de mis pequeñitos está enfermo/a y está disfrutando de unas apacibles horas de sueño.

De hecho, me tomó varios años comprender el hecho de que debía esperar a que mis hijos dejaran entrever la suficiente cantidad de síntomas antes de llevarlos al consultorio de su doctor inmediatamente por malestares sin importancia.

Durante muchos años, he corrido al centro médico cada vez que percibía el primer signo de que la salud de alguno de mis hijos no era óptima. A veces, me dirigía allí simplemente para decirle al doctor que las mejillas de alguno de mis hijos estaban sonrojadas, que había perdido el apetito o que pasaba horas llorando antes de poder conciliar el sueño.

El doctor me miraba y me decía:"Es posible que esté incubando un virus o una infección, pero no lo puedo asegurar con certeza. Con eso me refiero a que no tiene fiebre, y sus oídos y su garganta se ven muy bien. Su pecho también está limpio".

'Tráigame a su pequeño/a cuando desarrolle algunos síntomas, o cuando grite a todo pulmón'.

Y el buen doctor levantaba sus manos como si estuviera diciendo, una vez más, 'Usted lo está sobreprotegiendo. Tráigame a su hijo/a cuando haya desarrolado algún síntoma, antes de llorar de miedo'.

Es así que en aquella ocasión abandoné el consultorio con mi quejoso hijo acurrucado contra mi sweater, sintiendo una mezcla de timidez, sintiéndome levemente enferma, y preocupada anticipadamente por lo que el futuro le depararía a la historia de enfermedades de mis hijos.

Camino a casa, revisé mentalmente qué debería hacer para lograr que mi hijo se sintiera más cómodo una vez que estuviera en nuestro hogar. Pero lo más importante de todo, me sentía sumamente preocupada por la posible enfermedad de mi pequeño.

Me preguntaba quién sufría más-- ¿mi hijo enfermo o yo?

A veces, durante las variadas enfermedades de mis hijos, viendo cómo mis 12 niños sufrían y sobrevivían, yo me preguntaba quién sufría más--¿mi hijo/a enfermo o yo?- Pienso, que a la larga, mi malestar provenía del hecho de que podía hacer muy poco contra la bacteria o virus que estaba atacándolo/a.

Me sentía poco útil; sentía que era incapaz de defender a mi niño/a de los elementos que ponían en peligro su bienestar físico.

Luego de haber tenido varios niños y de haber acumulado mucha experiencia, aprendí cuándo un niño estaba realmente enfermo como para recibir atención médica inmediata, y cuándo era mejor esperar hasta que la enfermedad progresara un poco para que el doctor tuviera la suficiente cantidad de información como para poder realizar un diagnóstico.

Pero, incluso cada vez que esperaba un tiempo prudencial para recopilar más información útil para el doctor, no me sentía calmada ni tranquila o razonable. Sentía un gran dolor proveniente de mi instinto materno.

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